Mientras tanto, en Medellín, había una esquina que era la predilecta, el cruce de Junín con la Avenida la Playa, donde se encontraba el edificio Gonzalo Mejía, diseñado por Agustín Goovartes y en el que funcionaban tanto el aclamado Teatro Junín como el Hotel Europa. Para 1967, Rodrigo Uribe Echavarría, gerente de la textilera, pensó que era necesario levantar un edificio para reemplazar la vieja planta que había empezado a quedarse estrecha. Para hacerlo realizó un concurso privado a un exclusivo grupo de oficinas de arquitectura y construcción del país: no solo tenían el propósito de construir un edificio en donde se concentraran las oficinas de la empresa y que permitiera su expansión en el tiempo, sino que tenían la responsabilidad de dar respuesta al sueño de crear un rascacielos que tuviera un símbolo para la ciudad, algo así como la Torre Eiffel lo era para París, y que destacara, así, la importancia de la textilera en el País>

La propuesta ganadora fue de Raúl Fajardo, Germán Samper, Aníbal Saldarriaga, Jorge Manjarrés y el ingeniero Jaime Muñoz, el premio: 12 millones de pesos de la época; las razones: elegancia, sobriedad, simbolismo y un diseño que no pasaría de moda. La desaparición del Edificio Gonzalo Mejía y la destrucción del Teatro Junín, fue vista por muchos casi como un sacrilegio. Su demolición empezó en octubre de 1967 y, si bien desde una perspectiva de la memoria, todavía hay quienes la lamentan, en su momento se consideró la opción más lógica, para facilitar el crecimiento industrial del centro y habilitar lotes donde pudieran construirse edificios de oficinas. El hecho de que en su lugar quedara una construcción única, también emblemática, y no un conjunto multiforme de edificaciones puede ser motivo de sosiego para quienes añoran el Teatro Junín.